Cuando el sofá salió corriendo, yo no pude hacer nada para detenerlo. Tenía las manos ocupadas con bolsas y él aprovecho la puerta abierta para escapar como un mal gato.

Ya no me extraña. Desde que te fuiste las cosas han sido así. Primero la lámpara cerró el ojo y no quiso dar más. Luego los ceniceros se cerraron también, como bocas, y el reloj prefirió el silencio. Eso no es todo: los cuadros se voltearon de cara a la pared.

Yo estuve preguntando ayer si alguien había visto un sofá andando sin dueño. Nada. Ahora prefiero hacerme a la idea de vivir sin él y cuento dinero para comprar uno que nunca te haya conocido.

Ayer por la mañana encontré la mirilla de la puerta un poco achicada. Creo que estuvo llorando toda la noche. Lo del sofá fuen una mala señal, parece que todo quiere irse.

Hoy decidí cerrar todas las ventanas para siempre: con los libros uno nunca sabe.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Que lindo texto tan melancólico y emotivo, al leerlo se me razaron los ojos.
Un abrazo... María