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—Pero ¿qué es una metáfora?
—¿Una metáfora? No creo que sea un asunto fácil de explicar.
—¿Podría intentarlo?
—Veamos. Imagine usted que quiere decir algo, pero no encuentra las palabras para hacerlo. Guarda entonces un breve silencio que pronto se convierte en algo más pesado, como un árbol viejo. Del árbol podrían colgar frutos blandos, pero lo que cuelga son conejos que si están cerca se comen entre sí. La precaria cola que los sostiene acaba casi siempre por salvarles la vida en una caída más o menos estrepitosa. Pero en el suelo las cosas no son del todo sencillas: habrán de improvisar alas con pedazos de hojas secas, tarea que se torna difícil en tiempos distintos del otoño. Si el conejo no es docto en los trabajos de ingeniería, se recomienda un seminario de cuarenta horas que acaba siempre con un pequeño brindis de graduación. La mayoría de los conejos lo logra, pero algunos, los menos, no tendrán manera de levantar el vuelo en el momento decisivo, cuando un hombre de aspecto regular partirá el planeta en dos, lentamente, como quien desgaja una mandarina.
—Ya entiendo.
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