El perfecto asesino entra a la casa de su víctima mientras no está. Duerme con su mujer, a quien le hace el amor en siete idiomas distintos. Le habla de los viajes que ha hecho, pero más le habla de los viajes que harán: lagos de flores, playas de agua dulce, bienvenidas pirotécnicas, cenas palaciegas, frutas sin descubrir. Luego se queda dormido en su vientre, en un abrazo que prefiere el silencio y que ella deseó tantos años. La mujer llora por la vida que tiene y él llora con ella, faltaba más.

Antes de que vuelva su víctima, el perfecto asesino se va de ahí para siempre, mientras la mujer duerme. Deja sobre el buró una nota con la sentencia lapidaria: No puede ser. Y olvida bajo la cama una navaja de viaje recién afilada, dejándole el resto del trabajo a las referencias literarias.

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