A mi superstición arraigada, a mi miedo rídículo por una tragedia siempre dispuesta, a la catástrofe potencial que me acompaña desde niño, habrá que agregar un oasis, un paliativo que aparece de vez en cuando y que hace las veces de día feriado para un trabajador hastiado: cada miércoles catorce, después del día condenado, despierto y reconozco mi cuerpo con un inventario superficial. Completo y convencido de que –por el momento– lo peor ha pasado, vuelvo a dormir.

No hay comentarios: