Él, como Aquiles, va hacia ella con paso decidido. Ella, como la tortuga, se ha ido un poco más allá para cuando él toma el lugar anhelado. Él, como Aquiles, repite la maniobra y ella de nuevo ya no está y así hasta el infinito. Con el jucio de Zenón –que dice que Aquiles jamás alcanzará a la tortuga– él piensa que no hay cosa mejor que el eterno periplo, que cada vez reduce más la distancia que los separa, que mantiene los cuerpos en prórroga, a punto de tocarse. Que hay razón para que ella siempre se vaya. Que es bueno que él nunca deje de llegar.