En mil ochocientos setenta el arquitecto Carlo Borges construyó por encargo esta fuente, en cuya orla estoy sentado ahora. En el boceto, hecho por él mismo, se levanta del agua un clan de piedras rampantes sobre el que se posan dos figuras desnudas y un león. El león descansa. La estatua de Ediseo —en gesto heroico, después de la batalla triunfal— toca con su mano de piedra el vientre de Omara, quien mira al frente como a un horizonte crecido. Esta misma estampa la reproducen un grabado de la época y una foto de la fuente tomada a principios de siglo.

Ciento treinta años después la fuente sigue ahí, con su belleza inicial y la idea monumental del arquitecto. Las piedras están intactas y el agua corriendo. El león descansa. Pero Ediseo, con el afán que le enseñaron las guerras, ha terminado por posar la mano sobre los senos de Omara.

Ella hace que no ve.