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"Me estoy haciendo viejo" es una frase que, sin importar quién la diga (un niño, un salero, una pila alcalina, un país, un rinoceronte o un cenicero), siempre será verdad. No es difícil entenderlo si sabemos que absolutamente todo existe en el tiempo, y es el tiempo la única condición para que cualquier cosa se avejente. Asombra ver cómo, a pesar de ello, el 93.7 por ciento de los que se atreven a decirlo, no son niños ni saleros ni pilas alcalinas ni países ni rinocerontes ni ceniceros. Son hombres, viven en la ciudad y han entrado en los cuarenta. Unos lo dicen fumando.
Sería vano intentar buscar las razones por las que esta frase es tan exclusiva. ¿Ha oído usted a un hilo dental decir "me estoy haciendo viejo"? Primero, porque con seguridad usted nunca ha oído a un hilo dental decir nada. Segundo, porque la frase ha sido acaparada de tal forma por los hombres que viven en la ciudad y que han entrado en los cuarenta, que es casi imposible que alcance para un hilo dental, no obstante también se esté haciendo viejo. Como todo.
El síntoma es irrelevante: no tiene usted que probar nada. Sólo diga "me estoy haciendo viejo" y estará diciendo una verdad. Si usted es hombre, vive en la ciudad, ha entrado en los cuarenta y, además, es funcionario público, estará diciendo su primera verdad en años. Si, por el contrario, usted es otra cosa, estará contribuyendo a deshacer el oligopolio de una frase que, por sincera, debería estar más de moda. Imagine: Ricardo, de 3 años, desarmando un avión de madera, tirado en el suelo, reflexiona casi como en un suspiro: "me estoy haciendo viejo". El mundo se desarma como el avión, y Ricardo sacude para siempre el álbum de sus propias frases. Mañana podrá, sin prejuicios, decir "te amo" de la misma manera en la que dice "hace calor", y su relación con el universo habrá tomado la forma de un diálogo. Pero no todos seremos Ricardo. No yo. Mi primera frase fue una palabra, no dije "te amo" si debía y a mi catálogo de tantos silencios habrá que agregar las frases mecánicas de un oficio amable: "buenos días", "¿cómo le atendieron?", "recibo cien", "¿encontró lo que buscaba?".
Son las tres de la mañana y hace calor en la ciudad. Enciendo un cigarro y el olor del primer humo me recuerda que nunca he fumado. Creo que es hora de dormir. Me estoy haciendo viejo.