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Ser otro es fácil. Sólo tiene usted que imaginar que lo es. Comienza uno por no reconocerse. Levanta las manos, las mira más de lo normal y dice "estas manos no son mías". La exploración minuciosa del viejo territorio siempre arroja novedades que se pueden aprovechar. Podría uno decir también "esta boca no es mía" pero, además del lugar común, está el inconveniente de la lógica revuelta: si esa boca no es de uno, ¿por qué la anda usando para decir?
Total, que se empuja uno mismo al otro lado de sí, donde jamás ha estado, y se sale a la calle con la cara de otro, con la voz de otro y con los pensamientos de otro. Puede uno también salir con la mujer de otro, a reserva de que esto pueda tomarse como un exceso. Pero se recomienda hacerse de todo lo que no es de uno: la forma de andar, el árbol genealógico, los tics y los números de la suerte. Evítense las deudas. Luego, y como broche de oro, cámbiese el nombre. Javier, Arcadio, Ramiro. Sebastián está de moda. Entonces usted será de verdad otro. El milagro estará hecho. Haga la prueba: llegue a lo que fue su casa y utilice la llave que todavía guarda en la bolsa derecha. Contrario a lo que está pensando, le sorprenderá ver que la puerta abre. No se asuste: usted no es de ahí, todo cuanto ve no es suyo. Aproveche. Róbelo. Llévese el dinero y la televisión, lo que pueda. Piense que el antiguo dueño lo merece, por egoísta y desapegado. Rompa vidrios y vacíe el refrigerador. Duerma en sábanas que no son suyas y lea el libro que de otra forma nunca hubiera leído. Haga lo que le plazca. Sin remordimientos. Merece usted tener ahora lo que, por una u otra razón, nunca tuvo.